Tuerca & tornillo
Hielo negro
Barza
Milesky
Le dije mil veces que no me llamo así, pero él insiste en llamarme Milesky. No sé de dónde lo sacó, mi apellido es Palma, por lo que es fonéticamente imposible confundir Palma con Milesky. Sin embargo, no hay vez que no me llame, y para colmo a los gritos, con un “Milesky, venga para acá”, “Milesky vaya hasta el banco”, “Milesky, ¿me compró cigarrillos?”. Milesky, Milesky, ya me tiene harto con Milesky. ¿Pueden creer que hace dos días me estoy por dormir y escucho detrás de la ventana el mismo Milesky de cada mañana pero multiplicado por cien? Mi mujer y yo nos sobresaltamos. Abrí la ventana y ahí estaba el tipo, algo borracho, la corbata floja y llorando como un niño. Si ya estaba sorprendido, ni hablar cuando me dijo con tono y aliento alcoholizados: “Palma, querido Palma, perdóneme”. Antes de que pudiera contestarle, me interrumpió con su exitado monólogo. “Yo sé que usted no tiene la más puta idea de quién es Milesky y no tiene importancia que lo sepa. Lo único que le puedo decir es que lo amé mucho y que acaba de morir en Perú, donde se fue a trabajar a una minera cuando terminamos. Usted tiene una mirada que siempre me recordó mucho a él”. Me dio un fuerte y largo abrazo y se fue caminando por el medio de la calle. Yo me quedé mudo. No todos los días tu jefe te abre el corazón como si fuera un amigo de toda la vida. Al otro día presenté la renuncia, no podía mirarlo a la cara sin recordar lo que me había contado. Una vez llenados todos los papeles que me desligaban de la empresa tras quince años sin faltar un solo día, la secretaria me dice muy formal: “Por favor, firme aquí señor Milesky”. ¿Qué le iba a decir? Firmé y me fui feliz y aliviado, pensando que después de todo me hubiera gustado conocer a ese tal Milesky.
Después de Troy
Antes de morir, Troy Davis los mira fijo a los ojos y bendice a sus verdugos. Ellos sonríen con sorna porque saben, o creen, que lo de Troy es cinismo puro. Una vez entregado formalmente el cadáver, llega la hora de irse a dormir. Los tres caminan tranquilos por un interminable pasillo. Van en silencio, acaso rumiando una pregunta, alguna palabra que la muerte suele dejar como al descuido por ahí. Después de hacer su tarea no hay pesadilla posible para ellos. “Es un trabajo como cualquier otro”, se dicen pero nunca olvidan dejar la luz prendida toda la noche y todos los días de su vida.
Lógica
Tanto sueña con osos malhumorados que un día de estos me va a abrazar dormida y yo voy a sangrar tanto pero tanto que habré de soñar con vampiros hasta morderle el cuello y despertarla en mi propio bosque.
Los que caen
Todo comenzó con la foto. Caían hombres, caían mujeres, metales, vidrios. Gritos caían. Y de tan real parecía una película de cable. La peor. Vidas caían y uno podía imaginar un ruido, un estallido, un piano precipitándose, una piedra, un rosario, pero nunca un hombre, una mujer, alguien como ella, como yo. Caían desde tan alto que algunos hasta pedían un cuarto deseo.
La traducción
Copy raid
Todo lo que olvidé
Un día cualquiera, a cualquier hora, empieza a recordar y ya no puede detenerse. Nunca más. Rememora desde el primer día hasta el último. Un solo detalle: sus recuerdos son ajenos. Todos. Desde entonces, su única meta es saber a quién pertenecen.
El trabajito
Toco el aire, a vos no te toco
En lo suyo
Eso que cruje
Hágase la oscuridad
Magoo y Los Conejos Invisibles es esa banda que todas las noches toca a oscuras. Nadie puede decir éste es el cantante, aquél el bajista, si se los cruzara una vez terminado el show. Su música, pueden corroborar los críticos o cualquiera de sus fans, es tan extraña como curiosa su imagen: suenan como si un puñado de bastones blancos chocaran estrepitosamente después de atravesar un semáforo en negro. Canciones en braile que hablan de túneles, bocas de lobo, corpiños o viudas full time. Lo mejor de su performance llega cuando tocan el último tema y se abre un telón que nadie -salvo los músicos- sabía que estaba allí. En menos de lo que suena un acorde, las luces se encienden de pronto tan poderosas que todos cierran los ojos a la vez y ya no les queda otra que mirar en su interior.
A mano
El tic, el tac
Beso Doisneau
El mismo miedo
No te mires
Pálpito
El más real
O reventar
Cajitas
Tenía razón
Mañana no sé
Polares
Rojo full
Plan canje
Para mí, extraña
Zoofisma II
Enrique
Eso
Zoofisma
Loca en sus ojos
Comienzo de la novela que no
Ese día el cazador optó por quedarse
¿En qué piensan los luchadores de sumo?
Es de esperar que la primera reacción sea de sorpresa para luego inquirir si no se trata de una cámara oculta o una impertinencia sin el más mínimo sentido. Entonces se les explicará que no, que no es ningún chiste y que la encuesta tiene un profundo rigor científico. Lo lógico será que tampoco crean esto y se den dos situaciones: 1) Que molestos den vuelta la cara y sigan caminando como si nada. 2) Que sugieran al encuestador que se busque un trabajo en serio.
No obstante, y luego de mucho buscar, se logra dar con un pequeño pero compacto grupo que entiende claramente la consigna y la responde con sinceridad, aunque se permiten un dejo de ironía o malicia.
Lo que sigue son algunas de las posibles intuiciones acerca del ¿hasta hoy? desconocido mundo interior de los luchadores de Sumo, esos insondables embajadores del deporte imperial que intentan mantener viva la llama de los dioses Takemikazuchi y Takeminakata.
- “En que ese perfume que le regalaron es demasiado parecido al de su jefe y él odia a su jefe”. (Jorge, 25).
- “En que su mujer está sola y su mejor amigo también está solo”. (Raúl, 31).
- “En la mosca que está acercándose y que esa distracción podría costarle la derrota”. (Ana María, 18).
- “En esa gota de transpiración que se le desliza lentamente hacia el ojo. Sabe que no puede evitarlo y sabe que le arderá. ¿Podrá? ¿Le alcanzará con un solo ojo?”. (Emilse, 22).
- “En el avión que acaba de cruzar y en el que viaja su hijo a estudiar en una universidad inglesa. Piensa si le podrá pagarle los estudios. Piensa que tal vez no fue una buena idea”. (Ricardo, 45).
- “En que esa mujer de pollera verde, ubicada enfrente, no deja de cruzar las piernas. ¿Lo estará haciendo a propósito o será un tic nervioso?”. (Adela, 39).
- “En que su contrincante tiene unos hermosos ojos azules y no está nada mal. Si tal vez adelgazara un poco…”. (Juan, 20).
Testimonio de Ramiro Favero (26), el joven que lleva la bandera argentina en su mawashi. “Cuando me preguntaron si yo, como luchador de sumo estaba de acuerdo con la encuesta, les fui muy sincero: ‘Preferiría saber qué piensa una psicopedagoga de esas que te piden que le digás un animal con el que te identificás'. Parece que les molestó porque me dijeron un frío gracias y se fueron ahí nomás a hablar con mi oponente”.
El susodicho, Omiko Tokoro, un descendiente de japoneses pero más porteño que el Abasto, ni siquiera les tuvo paciencia. Al minuto ya había levantado a una de las encuestadoras por sobre su cabeza y cuando todos pensábamos que la iba a arrojar al estanque con los peces koi, la bajó de nuevo y muy serio le dijo: “¿Te asustaste, no? ¿En qué pensabas vos cuando estabas allá arriba?”.
Asustada y recuperando de a poco sus colores, la chica le contestó con cierta timidez: “En nada, la verdad es que no pensaba en nada”. “Bueno, en lo mismo pienso yo cuando estoy luchando. ¿Te quedó claro?”, le arrojó molesto, sacándola definitivamente del círculo virtual en el que ambos cruzaron esas pocas palabras.
Tan claro le quedó que desde ese preciso momento el proyecto fue totalmente desactivado.El equipo arribó a la simple y contundente conclusión de que el sumo es un deporte ininteligible, demasiado inasequible para ciertas espíritus sensibles que preferirían el lirismo de una pelota de béisbol partiendo en dos el aire o una jabalina arrojada allí donde estacionan los pájaros.
Por sanidad mental, lo próximo que abordarán estos profesionales de la consigna será ahondar en oficios más permeables como los pulidores de mármol, las depiladoras o los afinadores de piano, entre otros tantos seres que hacen de lo suyo una respuesta sin pregunta.