Esa música

Cuando encontraron su cuerpo aún sonaba en la computadora el último disco de Library Tapes. Al detective Veracruz le llamó demasiado la atención esa música, al punto de desentenderse del resto del operativo y sentarse en un rincón a escuchar. Como siempre, tomó apuntes en su libreta de dos pesos y no se privó de alterar la escena del crimen sirviéndose un whisky en el vaso del muerto. Cuando se acercó el agente Benítez, una lágrima le cortaba la mejilla a Veracruz. "¿Qué pasa, jefe, lo conocía?", preguntó incómodo. "No, Benítez. Es... es esa música. ¿Quién puta no se va a pegar un tiro si está solo escuchándola, con esta lluvia de fondo y encima leyendo un libro de Sándor Márai?", disparó Veracruz apurando el último trago antes de apretar el stop y ocultar en un bolsillo de su perramus el CD de la evidencia.

Mandato oriental

La rosa china no resistió las heladas del último invierno. Cheng Fu podría echarle la culpa al calentamiento global o sincerarse y admitir no haber escuchado a tiempo a los que saben. Cheng Fu no pierde la calma. Deduce que si romper un espejo trae siete años de desgracias, abandonar a su suerte a una rosa china no puede menos que ofrendar tres años de inspiración. Hoy es el primer día de ese crédito abierto y el hombre del jardín ha escrito cuatro poemas. En todos hay un espejo que se seca y una rosa que se triza. En ninguno llueve o sale el sol. Nieva. Y allí también Cheng Fu escribe.

Fotocopias Galván

Todos los días, a la misma hora, pasa en el micro por esa calle igual a tantas otras. Lo único que marca una sutil diferencia es un cartel rojo y blanco (o al menos así lo recuerda él) donde se lee "Fotocopias Galván". Nadie puede explicarle por qué cada vez que pasa por ahí y ve las desprolijas letras de "Fotocopias Galván" piensa en ella y se pone casi tan triste como una canción de The Cure o una película iraní. Nada lógico une ese cartel a aquel viejo amor, sin embargo el día que la fotocopiadora cierra, recién entonces él puede empezar a olvidarla como quien confunde el camino o toma el micro equivocado.

Imperdonable

Un cactus en Venecia. Eso me sentía. Sin un fósforo para lanzar fuego en las esquinas y conseguir una puta moneda para una cerveza o para subirme a un micro y perderme por unas horas dando vueltas lo más lejos posible de un techo. No podía pedirle ayuda a nadie. No conocía a nadie. Venía de estar un tiempo con Dante en el Purgatorio y el tipo sólo me había dado un consejo para enfrentarme de nuevo al mundo: "Negro, cuando volvás dedicate a la poesía, no seas gil. Yo a la Beatriz me la gané leyéndole un soneto de Virgilio. No es tan difícil...". En vano, pero intenté darle bola al maestro. Ayer, sin ir más lejos, escribí un poema sobre los reality shows y hoy uno que habla de cómo el Vaticano anuló el limbo. Juro que lo intento pero lo mío es la música. Aunque de qué me sirve saber tocar el piano si hace dos años perdí una mano cuando me tiraron del tren para robarme dos pesos y el celular. Dante nunca me perdonará.