Ese día el cazador optó por quedarse

Noche. El ignoto escultor ruso viaja a las profundidades del bosque donde alguna vez quedó atrapada su sombra. Al llegar, conmovido, primero decide darle un nombre a ese invierno con raíces y a posteriori elige un árbol al azar porque en el sueño, el último, era cualquier árbol en el que habría de descubrir oculta la obra destinada a eternizarlo. La misma debería evocar su rostro y llevar por título“El espejo”. No contaba, mucho menos en el sueño aquél, con una tormenta nada azarosa ni con la pericia de ese rayo con hambre de pájaro carpintero. Roto el espejo en ciernes, el bosque se miró en el escultor deshecho y en sus ojos amaneció por primera vez.