Los Tilos

Se peleaban para ver cuál de las dos estaba más loca. Quién amaba más. Quién podía tocar más el fondo, rasparlo con la mejilla húmeda y los labios resecos. En cada extremo, la una y la otra. La cocina, la cama, el living, como un ring multiplicado. Y en medio, las palabras, esos dóciles cuchillos tan al acecho desde sus lenguas. El plan: dar en el blanco, dejar moribunda a la víctima, pisarla con el taco aguja o el pie más descalzo que nunca. Apagar el cigarrillo en el silencio que una dejó sobre la mesa, junto al plato sin tocar de la otra. Fuego cruzado en las miradas. Odio, a veces. Amor, todas las veces. Hasta que un día, una de las dos baja los brazos, desde el rincón el corazón exangüe tira la toalla y un S.O.S grita hasta hacerse escuchar. En una habitación blanca, con una silla, un vaso con agua y una flor que trajo la enfermera, ella piensa que ha llegado demasiado lejos o demasiado cerca. El amor deja más tumbas que flores, siempre es así. Aunque lo aprendió muy tarde, al menos se tiene a sí misma en el espejo. Peor es nada, se dice, y abre las cortinas para que el sol le dé en la cara como ese beso que no llega.

Vacas con ovejas

Maldita sofista, siempre me hacés lo mismo. Comparás vacas con ovejas y el resultado es un perro que me muerde únicamente a mí. No sé cómo hacés, pero en boca tuya los árboles son pájaros capicúa, los aviones medias de red, las madres flores de Saturno. En algo, sin embargo, debo darte la razón: mi espejo y mi almohada están en tu área de exclusión. Allí, él único que hace trampa soy yo. Cuervo con lengua de cisne.   

No pisen al perro


“¡No pisen al perro!, ¡no pisen al perro!”, grita desesperada una chica de no más de 15 años. La gente que sube apresurada al micro mira para abajo o se frena de golpe por si acaso, pero no frena su marcha. Y ella grita cada vez más fuerte “¡no pisen al perro!, ¡no pisen al perro!”. Alertado por los gritos, un policía se acerca a ver qué pasa. Por el lugar circula mucha gente, lo de todos los días. Es hora pico y es tal el ir y venir de chicos de la escuela que el policía fácilmente le pierde el rastro. Es evidente que nadie parece haber visto al perro pero por las dudas evitan pisarlo. Al cabo de un par de horas, cuando todos se han ido, la chica ladra agradecida junto a las ruedas de los autos.