Con ella la discusión siempre es por lo mismo: qué parte
del vaso elegimos. En la mayoría de nuestras disputas verbales, la mitad llena
suele ser su primera opción, por lo tanto la vacía me corresponde. Y eso sí que
no lo discuto. Estoy convencido de que la vida, el día, el país, ella misma, me
dan razones para no poder llenar esa otra mitad. El único vaso que me permito
dejar al borde es del whisky, a la medianoche, cuando ella duerme y ya no tengo
tiempo (ni ganas) de seguir discutiendo. Mientras apuro el último trago, veo
que le cae esa lágrima a destiempo que no colma el vaso. Lo desintegra,
directamente.
El secreto
Fue secreto y todos los sabían. Se hablaba de él
desde la mañana hasta la noche. En los bares, en el banco, en los cafés. Hasta los
niños lo comentaban por lo bajo mientras jugaban a las figuritas o a la mancha. Tanto se habló del secreto que pasado el tiempo sólo una persona en
el pueblo no lo sabía. Fue entonces cuando dejó de ser un secreto para pasar a ser
apenas un mero recuerdo.
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