Toco el aire, a vos no te toco

Odio a los mimos. Sé que no soy el único, que cada día somos más los que estamos dispuestos a chocar contra su espejo invisible, a borrarles esa estúpida sonrisa. Pero esta vez se me fue la mano. Mal. Ante la mirada aterrada de mis hijos, aproveché que uno de los carapálida tiraba de la soga imaginaria, la puse en su cuello y tiré y tiré hasta que su cara quedó más blanca que de costumbre. Cuando quise escapar, otro de ellos vino hacia mí representando a un policía, me puso las esposas y me encerró en una celda de mentirita. Avergonzado, confesé que había sido yo. Mis hijos aplaudieron el acto de justicia y felices les dejaron hasta la última moneda. Ellos aman a los mimos.