Não tem fim

Me he propuesto sufrir más que Sabato. Con vos puedo lograrlo, me digo entre cínico y resentido, apurando un vino berreta mientras una moza se agacha a recoger la carta y me ilumina con las mejores tetas del bar. Levanta la vista y choca con la mía, que brilla tan lasciva como etílica. Me deja su teléfono garabateado en una servilleta sucia y como estoy decidido a sufrir más que Ernesto rompo el papel, y pienso en mi anciana vecina desnuda contra la ventana para que me baje la súbita erección.
Afuera llueve como en las películas de barcos o las novelas de Conrad. La tormenta, que ahora suena peor que la peor música electrónica, colabora para que un camión derrape y le pase por encima a un perro flaco que husmeaba los tachos de la basura. Dos autos más le pasan por encima. Como es de esperar, el agua se lleva su poca sangre. Ni siquiera la carta de mi madre confesándome la aparición de un cáncer de médula logra devastarme lo suficiente. Pero tengo que intentarlo. Sufrir hasta llorar un río, como cantaba aquella negra maravillosa de la que ahora no recuerdo el nombre.
Por las dudas o el gatillo fácil, como al descuido dejo sobre la mesa de luz mi tentativo epitafio:
Tristeza não tem fim, felicidade sim. Entonces sí, cierro los ojos y me voy de a poco con el tic tac.