Filo

Estás tomando un café y te ofrecen, como si fuera todo lo mismo, un dvd de Coldplay, una linterna sumergible y un cuchillo azul. Es decir, un cuchillo con mango azul y hoja afilada como pidiendo tajo. Nunca está de más tener un buen cuchillo. Todo borgeano que se precie debería tener uno. Y si de pasiones hablamos, todo corte remite a él. A su antes y su después. A ese Ecuador que divide al Jekyll del Hyde que cada uno disimula como puede. Ese cuchillo azul ahora duerme alerta debajo de mi almohada. Tengo dos opciones: su cuello o su corpiño. Según el hambre de esta noche decidiré cuál de los dos se queda con su filo.

Lo que sube baja

Antes de dormirse, la mujer se saca el maquillaje, se desnuda con gestos teatrales y escribe: "Cada vez que entra a un ascensor le transpiran las manos. Pero si además debe compartirlo con una mujer, digamos con una medianamente atractiva, queda en blanco. Se marea, pierde el equilibrio y debe tantear los costados para no caer. Pide disculpas, aunque nadie se percate de la verdadera razón del vahído. Ella, que ni siquiera había reparado en ese hombre minúsculo, de bigote ralo y ojos rasgados, le pregunta si se siente bien, si puede ayudarlo en algo. Su perfume, que le llega como un portazo, acaba por marearlo aún más. Cuando recupera el sentido, ella está acostada en su cama y fumando. Antes de que pueda preguntarle quién es, cómo llegó hasta allí, la mujer le dispara entre ceja y ceja. Cuando llega la policía, lo primero que se preguntan los investigadores es por qué tiene esa estúpida sonrisa atravesándole la cara". La mujer deja de escribir y ríe.