Eso que cruje

No es la ventana, tampoco la puerta. Mucho menos la mesa. Eso que cruje viene del otro lado de la pared; podría provenir de la habitación de Sofía. Podría, pero estoy seguro de que no es Sofía porque hace semanas que se fue y no creo que su gato sea capaz de provocar un sonido tan particular. Por las dudas, hago silencio. Apagó el televisor, cierro las persianas, me quedo quieto. Pongo toda mi atención en escuchar si el crujido se repite. Por fin, unos pocos minutos después irrumpe el mismo ruido pero ahora lo percibo muy cerca, demasiado, casi dentro mío. Manejo dos hipótesis: mi lengua, que intenta modular una que otra palabra tras largos días de involuntario silencio; o mi corazón, en previsible caída libre. En ambos casos, ella se impone como la única respuesta.