37 de marzo

Sólo yo sé qué pasó ese día. Podría contarlo con palabras o con los dedos. ¿Para qué? ¿Para que me diga que otra vez miento, que no nevó en enero, que fue un pájaro y no un gato eso que no vimos en la ventana? Ese día es sólo mío. Como suyo el espejo en su cara.

Satie y vos

Quería contar la historia de los veinte trajes verdes de Satie y en el camino, vaya a saber por qué catzo, me acordé cómo te conocí. Eso no significa que quiera contarlo aquí y ahora. Aunque una cosa no tenga que ver con la otra, a ambas las une un misterioso paso de cebra. Satie y vos son como los dos lados de la cama: tan iguales como distintos. Cómo quisiera haber aprendido piano para tocar la mejor gymnopédie. O simplemente para tocarte y dar la nota. Debo resignarme; él murió, yo nunca puse las manos sobre un piano y vos te volvés a poner aquel vestido verde para esa foto donde, maldita sea, no estoy.

Habrase visto

Los carteros ya no son lo que eran. Te tiran las cartas por la ventana, te leen el futuro en la boleta del gas. No son lo que eran. Mi madre lo dice mejor y más claro: un cartero en moto no es un cartero. Será un empleado más veloz, pero no un cartero. Por eso los perros de hoy eligen ladrarles a las mujeres de Cáritas y los solitarios chatear con prostitutas universitarias. Los carteros no son, eran.

La vida misma

Y así como los caminos son los únicos que no se detienen. Y los autos se suicidan con sus cadáveres dentro. Y los trenes venden humo haciéndonos creer que llegaremos. Así nos dejamos ir en un charco de tinta que, vaya milagro, confunde de tan blanca y pegajosa.

Ley de educación

A la salida del colegio, mientras hacen tiempo, la maestra le pregunta “¿Cuál es tu dinosaurio favorito?” El niño se queda en blanco. En busca de auxilio, mira a su mamá que acaba de llegar y alcanzó a escuchar lo que dijo la mujer. Para salir del paso, la madre hace como que contesta un mensaje de texto. Sin nadie a quien recurrir, el pequeño se apura a contestar lo primero que le viene en mente. El ejemplar inventado, que termina en rex o algo así, desubica a la directora, a tal punto que para no pasar vergüenza le dice con su mejor sonrisa: “Mirá vos, el mismo que me gusta a mí”.

El medio es el mensaje

Antes de que acabara de decir "había una vez" recibió el primer disparo.

Otro relato genealógico

A primera vista parecía el cuerpo de un hombre muerto dando la espalda. Luego su forma se le reveló completa; se trataba de un tronco seco, tal vez caído en una fuerte y no muy lejana tormenta. De cerca, la impresión fue distinta, mucho peor: el tronco sangraba copiosamente. Se quedó estupefacta, parada sobre un charco que no dejaba de extenderse en la hierba hasta multiplicarse en una suerte de laberinto de venas abiertas. Lentamente, la vista se le fue nublando hasta que el paisaje se diluyó por completo. Cuando volvió en sí, sus piernas eran dos raíces arraigadas en lo más profundo de la tierra y sus brazos, ramas enormes donde los pájaros se guarecían de la repentina lluvia. El hachazo le llegó a destiempo pero la devolvió entera. Despertó en su cama, rodeada de hojas y con la boca llena de tierra. Con rencor, maldijo a su abuela por tantos Había una vez.

La pregunta esquimal

Suena el teléfono. Del otro lado, un esquimal. “¿Alguien dejó abierta la puerta de la heladera?”, pregunta en un dudoso inglés. Como me toma de sorpresa, voy rápidamente a fijarme. Cándido le respondo que no, que está bien cerrada. “Ah, perdón”, dice y sin más, corta. Cuando reacciono, es tarde. La cerveza en mi mano ya está caliente.

Arriba pasan cosas

A Luk, el ufólogo, Jam lo conoció en un viaje de exploración al Uritorco. Año ‘79, ‘80. Ambos llegaron con el mismo libro en sus mochilas, lo que más tarde sería interpretado por los dos como una primera señal. Si bien no hubo atracción inmediata, al segundo día no paraban de hablar de avistamientos, discos de Bowie, películas de ciencia ficción y de por qué allá arriba pasan cosas. Sin embargo, la hora de regresar llegó más rápido de lo que hubieran querido. Esa noche compartieron carpa, cama y porros. Y donde no deberían haberse visto resplandores, el cielo de sus dos metros cuadrados se iluminó como los ojos de una parturienta. Cuando volvieron en sí, no encontraron respuesta científica para tal fenómeno. Fue más fácil, más práctico, pensar que finalmente habían logrado el milagro de abducirse el uno al otro.

La fe mueve

Se enciende la luz en una habitación de Lima. Una estrella fugaz cae sobre Valparaíso. La puerta de un ascensor se atranca con el fagot de un libanés. Una faca atraviesa el cuello de un preso en Lisboa. Dos mujeres de Andalucía mueren atropelladas. Y arriba de mi mujer con talle de reloj arena* estoy yo. Esta noche todo tiene que ver con todo. Esta noche las horas caben en una botella. Por eso el espejo nos habla sucio y con la boca llena. (*Breton)