A mano

Lo enterraron con una mano afuera, rozando apenas la gramilla, tal como lo había dejado expresamente pedido en su testamento. Su familia no se sorprendió en lo más mínimo; consideraban que se trataba de otra de sus excentricidades por lo que ni su mujer ni sus hijos perdieron tiempo en contradecirlo. Así sería. Así fue. Aunque ninguno de ellos pudiera entenderlo, la verdad, siempre menos sesgada que cualquier especulación, estaba ahí: al alcance de la mano.