Poesía & prozac

La pastilla roja rara vez le surte efecto. Sólo le sirve para escribir modestos ensayos o, en algunas ocasiones, disparar reflexiones que no pasan de meros aforismos. A la amarilla le debe sus mejores relatos cortos, como aquel de la mujer oriental que se suicida recitando de memoria a cummings; a la azul, piezas teatrales con cierta impronta beckettiana; a la blanca, cuentos con marcada influencia del trhiller psicológico; pero lo suyo -cree, aspira- es la poesía. Por eso, en su noche más negra, opta por la verde.

El oso de Wilcock

Exactamente un año después, el grupo de boy scouts vuelve al bosque para acampar el fin de semana. Esta vez lo hacen un poco más cerca del río. Son diez carpas, ubicadas en círculo. Armarlas no les ha llevado demasiado tiempo; están entrenados para hacerlo con precisión y rapidez. La aparición del oso en el viaje anterior, cuando compartían la fogata nocturna, corrió de tal manera cuando regresaron a la escuela que ahora la delegación es más nutrida y la expectativa de que llegue la noche crece minuto a minuto. Algunos precavidos han traído cámaras de fotos para eternizar el encuentro. Todos saben que el oso se asomó, los miró atentamente y luego se fue tranquilo, sin correr. Después supieron que volvió para lamer los platos sucios pero no rompió nada. Por lo tanto, nadie teme su reaparición; todo lo contrario, lo esperan con impaciencia. Cerca de la medianoche, el sueño está a punto de vencerlos pero resisten porque el oso no puede estar muy lejos. Cuando el líder del grupo pregunta por Andy, los niños miran a su alrededor y recién entonces notan su ausencia. Cuando deciden que hay que ir a buscarlo al bosque, aparece el esperado oso. Tiene los ojos desencajados y apenas unas gotas de sangre en las comisuras. Al regresar a la ciudad, ya nadie hablará del oso. Mucho menos, Andy.

Canzonetta

Venecia también fue un desierto. Lo confirman los peces crucificados en un cactus. Lo recuerdan las aguavivas aullando de sed, las monjas azules corriendo desnudas entre las cigarras. Venecia fue un desierto con paraguas. El bosque fallido, el polo corrompido. Un faro sin luciérnagas. También el agua donde se esconden las lluvias. Un mayúsculo fraude.