Mi muerto en el placard pide gancho, se hartó de contar,
de esconderse y buscarse; de espiar cuando mi mujer se desnuda o de escuchar
nuestras conversaciones privadas. Se aburrió de no tener hambre, del olor del
Fuyí, de los ruidos del ventilador de techo, de los gritos de mi hija cuando se
despierta sobresaltada por una pesadilla. Mi muerto, dice él, preferiría otro
lugar, otra vida (es un decir), una caja con vista al mar, un habano Cohiba, un
buen vino, algo de sexo. Yo le digo que me tenga paciencia, no soy un tipo de
palabra pero llegará el día en que abra esas puertas y le diga “sos libre,
andate, mi mujer duerme con su alplax y los ositos de mi piyama roncan como un
cantante heavy”. Paciencia, muerto, paciencia.
Nunca estuve en Google
Fui a los mapas ajados, amarillentos, que guardaba
celosamente en un tarro dentro de una habitación a la que iban a parar los
trastos viejos y todo aquello que incomoda, en especial cuando llegan visitas.
Busqué y busqué sin encontrar lo que buscaba. Mi pasado es un lugar al que no
detecta ningún GPS. Tendré que escribirlo. Darle forma como a esas esculturas
de hielo que al cabo de unas horas son historia. En un mapa de agua puede que
aparezcan las pistas de lo que la memoria enterró en una parte de mí que no logro
hallar. La búsqueda del tesoro comienza con la primera palabra: dónde.
Aniversario
A una isla desierta no dudo con quién ir: me la llevo a ella. Y me
vuelvo. Ahí nomás me vuelvo.
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