Virginia perseguida por un lobo

Quién pudiera verla antes del zarpazo. Ni corre ni se desnuda. Hay un bosque o debería haberlo. Tendría que ser invierno o al menos debería estar lloviendo mientras huye. Un rayo le avisa y ella no entiende el brillo de su retórica. Su enérgica presencia. El lobo ha escapado de un cuadro. Estamos en el siglo XVII, pero a ella no le importa dormirse así, en otra cama. Lejos de casa. Abrazada al lobo, ya no le teme a la tormenta. Un barco zozobra a metros de allí. La costa eran sus ojos y ahora los acaba de cerrar. ¡Naufragio!

Puzzle, él

Arrastra una profunda sordera de las épocas en que trabajó en una mina de Chile. "Como Sarmiento", suele acotar didáctico. Una explosión producto más de la torpeza que del infortunio. Lo del ojo, en cambio, ocurrió cuando era muy chico. Su primo no tuvo mejor idea que estrenar un rifle de aire comprimido en un anacrónico duelo de indios y soldados. Un balín dio en el duraznero, otro aterrorizó a un gato en la medianera y el tercero lo impactó por sorpresa.
En cuanto a su pierna izquierda, el problema no es de nacimiento como podría parecer a primera vista. Quedó así desde el choque en la esquina de su casa cuando acompañaba a su padre en el Rastrojero. Un 4 L que se quedó sin frenos dio de lleno en su puerta. Su pierna nunca quedó bien y desde entonces arrastra su cojera como una maldición.
Los dos dedos menos en su mano derecha aún nos siguen impresionando. Para alguien que no está acostumbrado a las tareas de la cocina, manejar un cuchillo demasiado afilado no puede menos que terminar con sangre. Fue su caso.
Esa cicatriz en el pecho, en cambio, es más previsible. Se la debe a su primer by pass y a los tres paquetes de cigarrillos negros por día que lo dejaron al borde del trasplante. Zafó por poco, pero no de pasar por el quirófano. No se puede creer no sólo que siga vivo sino que tenga éxito con las mujeres. Hasta donde sabemos, se le conocen tres matrimonios y no menos de seis amantes. Certifican el dato los amigos del café y su hermana mayor, escritora que desde hace años le da forma a su biografía Modelo para armar. ¿Podría acaso haberlo titulado de otro modo? A pesar de esa suerte (de alguna manera hay que calificar ese milagro de seguir vivo mientras tantos caen en Irak o aquí a la vuelta) no se entiende por qué ahora va hacia la ventana, se para en la cornisa y emula a un Icaro pasado de copas. Dos días después, su hermana escribe que ese toldo a mitad de camino fue providencial. Apenas un machucón da cuenta de su estrepitosa caída en la vereda. Justo allí, donde la que devino en el amor de su vida le pidió si podía empujarle la silla de ruedas para cruzar la calle. Desde entonces, son carne y uña. Ella uña, él sólo carne. Maltrecha carne.