Wok

Le cocino como si hoy, enseguida, ya mismo, fuera a acabarse el mundo. Vilma, la de siempre, me mira hacer, logra que me crea el mejor, el encantador de vegetales, el esteta en su salsa. Cuando la mesa está lista y la música logra esa particular sinergia con su respiración, le clavo el primer cuchillo (gentileza de mi abuelo siciliano) y dejo que su sangre corra lentamente como un arroyito donde podrían jugar los niños del futuro. Su carne tibia es un manjar irrepetible, el punto g de los sibaritas. Lamento, eso sí, tener que brindar solo. Debería haberme creído cuando le dije que terminaría en mi boca.

La cicatriz de Nietzsche

Antes que nada, es. Como el tatuaje de un abducido iconoclasta vendría a ser. Sin más preámbulos, una verdad tan irrefutable como la evolución de las especies. El pez volador.

Recalculando

A medida que se va a acercando a una persona que no logra distinguir en medio del camino, disminuye la velocidad, en un acto reflejo de cálculo y prudencia. Por el medio de los dos carriles avanza algo torpe una mujer joven, de pelo largo y jeans. A metros de ella reconoce por su guardapolvos a cuadros que se trata de una maestra jardinera. Por la manera en que se acerca peligrosamente al carril por donde avanzan los autos a una velocidad temeraria uno pensaría que se trata de un intento de suicidio. Ya a metros de la mujer, descubre la verdadera razón de su arriesgado acercamiento: el barrilete de un niño, su alumno tal vez, se precitó en medio del Acceso y ella quiere rescatarlo de cualquier forma. Detrás del volante, tras esquivarla con la elegancia de quien saca a bailar a su chica, piensa que quién no se enamoró alguna vez de maestras así.