Cuidado, canciones tristes

La enfermedad es extraña, desconocida, ni siquiera tiene nombre, o al menos eso le dicen los numerosos especialistas que la han visto en los últimos meses sin poder disimular su perplejidad. Por lo que cuenta, se la descubrió ella misma mientras caminaba a la orilla del mar, durante las vacaciones en Villa Gesell. Si tiene que explicárselo a alguien ofrece la siguiente síntesis que, por repetida, ya suena a estudiada: “Basta que recuerde o escuche una canción triste para que empiece a reír sin parar hasta que se me caen las lágrimas y recién ahí es cuando siento una especie de equilibrio reparador”. Ante este extraño cuadro, debe andar por la vida más que precavida, no sólo evitando pensar en ese tipo de canciones o, lo que es mucho más difícil, escaparle a la música que sale de radios, autos que pasan, ventanas abiertas, disquerías, novios despechados. Los médicos, o la mayoría de ellos para ser justo, no son nada optimistas al respecto. Por ahora, resignados se limitan a reír como locos con ella y hasta llorar a los gritos si tal gesto empático fuera necesario.