Voto de silencio

“Yo podría ser la esposa de un mafioso”, se jacta en la peluquería para garantizarle a ese puñado de arpías que pueden contar con su voto de silencio. “Una tumba soy”, remarca por si quedaran dudas. Las otras, miembros estables del deslenguado confesionario, se miran con disimulo y esbozan sonrisas incómodas. El código de miradas confirma que ninguna está dispuesta a sugerir siquiera lo de su marido con la adolescente de la heladería o el escándalo que armó el otro día en el hotel de la vuelta. En cambio se permiten comentar el desliz de Esther, la rubia platinada que acaba de irse y cuya silla aún conserva el calor de su pesado cuerpo. “¿Qué, no sabías que está saliendo con un rugbier de 18? Parece que el pibe tiene tatuado el nombre de la madre en el hombro”, se pavonean en busca del efecto sorpresa. Mientras escucha, su cara se va transformando como el peinado de Sofía. “¿Mi hijo con esa puta?”, piensa allá dentro de su cabeza con anti frizz. Como puede, disimula su turbación y evita el menor comentario. Perfectamente podría ser la esposa de un mafioso.