Es la hora

Nadie la saca una sonrisa, una mueca. Mucho menos una palabra. Está sentada en la escalera de la escuela con un globo negro atado en su dedo índice. Durante quince minutos pasan a su lado niños, niñas, maestros, celadores, padres, y ella distante como la estatua de Belgrano. Cuando ya no queda nadie y el día ha caído para todos, su mirada barre de izquierda a derecha, entonces, convencida de que está realmente sola, se ríe de una forma tal que se encienden las luces de la calle. Es la hora. El globo la toma de la mano y se la lleva allá donde nadie pregunta. Lloverá.