Y un grito

La casa está al costado de la ruta. La ruta, perdida entre las montañas en su parte más baja, a pocos kilómetros de la ciudad. De la casa sale una música de piano. El inconfundible sonido de un Steinway. A medida que se acerca a la casa, la melodía gana en claridad. De repente, el silencio absoluto y un grito desgarrador. Una mujer sale corriendo con un hacha en su mano. Al huir va liberando una fina lluvia roja que empalaga a las hormigas. Bajo un aguaribay entierra con esfuerzo la mano del pianista. Este, con sus últimos latidos y el manojo de dedos que le cuelgan, recupera la arquitectura elemental de la música suspendida. Alguien que no es la mujer, observa y escucha desde la ventana. El pianista finalmente se desangra sobre las teclas. La mujer, otro tanto, en el pentagrama de un auto desbocado. Testigos protegidos, el piano y el árbol armonizan una coda que suena como dos aviones cayendo a un río. Alguien prende fuego a la casa. Y lo cuenta con otras manos.