Lo de adentro

Hay gente que colecciona cactus, muñecas antiguas, monedas o púas de guitarra. Mi debilidad son las tapas de los libros. Ni siquiera los libros. He llegado a comprar ejemplares antiquísimos y tirar su interior. Mi biblioteca está compuesta sólo de tapas. Algunos amigos creen que se trata de una estrategia para no prestarles libros. Están seguros de que tengo una biblioteca paralela donde oculto el interior de esa extraña cáscara que acaban de ver sobre los estantes. Si supieran que he llegado a encender el fuego para el asado con páginas de Joyce, o limpiar los vidrios del auto con La soledad del manager, podrían pensar que estoy más loco que Artaud. Incluso recuerdo haber equilibrado una mesa con un viejo García Márquez, creo que era El otoño del patriarca. Mi teoría, discutible por cierto, es que la literatura no está en el interior. Está, en todo caso, en esa tapa que a simple vista nos produce una súbita emoción, una inmediata pulsión por pasar por caja y llevárnoslo. Por eso no me importa que ella rompa cada uno de mis poemas; lo único que suelo pedirle es que después limpie. Si algo tengo claro es que el libro que yo escriba solamente tendrá tapas. Lo adentro, advierto, ya no será mi problema. Como tantas veces, la imaginación será tarea del lector.