Doce fotogramas por segundo

Cae en medio del escenario como una libelula talada, en exactos doce fotogramas por segundo. El público apenas vislumbra a esa oruga que se cierra en sí misma como el puño de un campeón. Un minuto después la verán derramada en ese improvisado ring de oropeles. Su caída no cesará detrás del telón. Y la orquesta, incómoda en su repentino Titanic, debe seguir tocando para que la noche no llegue al río. Acorazado en su atril de fe, el director confía que ella volverá a tomar vuelo, que la libelula malquerida resucitará en ese jardín hostil donde no llega el sol ni la campana salvadora del aplauso.