Puede fallar

Como los tobas, Miguel R. lee el futuro en los sueños. Por eso, como sabe que un domingo de estos morirá al volante, decide no salir más a la calle. Se convence de que no debe ser muy complicado sobrevivir en el autoexilio. Por teléfono pide comida, cigarrillos, el diario. Los impuestos y la tarjeta los paga por Internet. Trabajo no tiene: lo echaron y no quiere recordar por qué. Con su novia, becada en Italia desde hace dos meses, se chatea sin siquiera mencionarle su inminente final. A su madre la llama al menos tres veces por día, algo que a ella no le llama la atención; su hijo siempre dio con el perfil del edípico irredimible. Un solo detalle no ha previsto Miguel R.: nunca aprendió a manejar.