Aranda

Iba a hablar de Aranda, el jardinero. Decir, por ejemplo, que su pala tenía un filo sospechoso, que solía llevar un rollo de alambre que no utilizaba para nada, que sus guantes eran de gamuza y su mirada esquiva, desconfiada. Con él, el trato no superaba el mero cruce de un “buen día” y un “hasta luego”. Iba a hablar de Aranda y termino hablando de su amante, enterrada junto al jazmín, perfumada para siempre.