Cuatro ojos

No hay día que no se pare frente a la misma ventana de ese segundo piso (la que tiene un vidrio roto apenas sostenido con cinta adhesiva). De nada sirvió la piedra del aviso arrojada aquella noche de lluvia e impotencia. Sigue esperando que de una vez por todas se abra. Una señal le bastaría para irse de allí con algo parecido a una palabra, una posibilidad que atenúe su pena en ascenso. Sigiloso como siempre, el voyeur del tercero confía en un descenlace que lo involucre. Ruidos de colchón, gemidos, botellas que se abren, fósforos que se encienden en medio de la noche para iluminar a todos los lobos sueltos en la habitación. Pero la luz sigue apagada y ya son las tres. Resignado, mete las manos en los bolsillos, tantea el arma, y parte sin rumbo fijo. Detrás de la ventana del segundo, cuatro ojos ven más que dos.