La verdad de Félix Bush

“Construí una cárcel y me encerré dentro de ella por cuarenta años”, se sincera Félix Bush ante el dueño de la funeraria. Está purgando una culpa que lo corroe por dentro a tal punto que decide hablar por única y última vez. Un dios interior no alcanza, nunca le alcanzó, para explicar por qué se aisló en el bosque y le dio de pastar a sus demonios. Ahora debe confesarse frente al pueblo y ante su propia sombra. Contar su verdad como quien se saca una molesta sanguijuela del corazón. Llega el día anunciado y todos están parados esperando que hable, que explique qué luz se le apagó en los ojos, que cuente qué cazador furtivo le asestó su mejor bala en la esperanza. Félix Bush está por hablar y esa mujer que lo mira a los ojos ya está llorando, allanando la primera piedra del camino. La verdad está por caer sobre propios y extraños como una lluvia ácida que a todos salpicará. Recién entonces Félix Bush habrá de sentirse libre y podrá rumbear con la frente bien alta hacia esa caja de madera que el mismo construyó. Sabe que ahora sí ella lo estará esperando.