Profético

Corría loca detrás del caracol. Agitada, lengua afuera, el corazón a punto de estallar, alcanzó a rozarlo. Suficiente para saber que no se trataba de otro sueño recurrente y que morir así tenía algo de profético. Perder frente a un caracol era como entrar al mar y que el agua no la tocara. Y si el agua no la tocaba, el caracol reiría frenéticamente hasta estallar y multiplicarse en jardines ajenos. En el propio, acaso, un conejo intentara el vuelo. ¿Para qué entonces, esas antenas que sólo captan la radio que transmite el canto de los grillos día y noche?