Hoyo en uno

Mi primera vez en el golf fue para el olvido. No hay día que no me acuerde con lujo de detalles. Y en caso de que me olvide, Raquel se encarga de hacérmelo recordar de una manera lo suficientemente irritante como para que termine gritándole, diciéndole cosas que ni borracho le diría. Yo no quería ir cuando me sorprendieron con la invitación. En realidad, me obligó mi jefe en un momento en que la relación en la empresa era muy tensa y no daba para hacerse el difícil. Acepté a desgano y allá fui, convencido de que todo consistía en pegarle a la pelotita con algo de puntería mientras se caminaba por esa mullida alfombra verde a la yo le hubiera puesto una pileta en el medio. No estaba nada mal un poco de relax, de aire puro, lejos de computadoras, ascensores, números, papeles y más papeles. El día acompañaba con un sol espléndido. Nada puede salir mal, me repetía a la par que cerraba el celular para desconectarme por completo del mundo exterior. Cuando llegó mi turno pasó lo que no tenía que pasar. La verdad, no quiero ni acordarme. Si me acuerdo siento que caigo en un hoyo del tamaño de mi vergüenza.