Carne sobre carne

Lo mío con ella fue como esa frase que Romualdo Quiroga le lanzaba lascivamente a Isabel Sarli cuando la sometía sobre una media res en la caja trasera de un camión: "Carne sobre carne". Nunca pude sacarme de la cabeza esas palabras, esa piel, esa blanca carne de mujer que con sólo llevarse a la boca un cigarrillo el humo se atoraba en medio de su pecho. Han pasado tantos años que por no recordar su nombre la evoco como Isabel. Hubiera deseado que al menos una vez el arribo a su cuerpo sin fronteras superara el mero contrapunto de la física y la química. Habría muerto feliz, completo, escuchándola susurrarme "¿qué pretende usted de mí?".