Intruso

Como todos los días, a la misma hora, el gato viene a jugar con la espesa barba del escritor. El sigue escribiendo como si nada. Mientras dispara a repetición sobre el traqueteado teclado, no repara en la estrategia del felino, en sus estudiadas tácticas de distracción. El indiferente escritor sabe bien que tantear el vaso de whisky, o aceptar los códigos del animal, implicaría demorar la escritura de su mejor cuento: el de un gato intruso que es arrojado desde un séptimo piso al tiempo que va perdiendo vidas como quien pierde un gato de mierda un jueves de tantos.


En código

Mis hijos están frente a la computadora apagada, pero hablan en voz alta, se ríen, comparan este juego con aquel otro. Chatean cara a cara. La pantalla continúa apagada. Ellos saben que los estoy viendo y hacen como que no me ven. Siguen hablando en código para dejarme afuera. Basta, les digo, ustedes se lo buscaron, están castigados: prendan otra vez esa maldita computadora. Se miran entre ellos, cómplices, y hacen lo que les digo. Desde la cocina, donde estoy leyendo el diario, ya no se los escucha. Han dejado de reír y de hablar; están concentrados en hacer lo que tienen que hacer.



El tipo que te dice

El espejo estuvo todo el día mirándote con la cara con que te levantaste esta mañana, pero ahora con la cara de la tarde sos otro y aquel que te sigue mirando te habla como a un desconocido, te mira mal; se diría que sospecha de vos. El tiene barba y vos ya no (te afeitaste a la siesta), entonces te cuesta reconocer a ese tipo que te dice que te cuidés, que la próxima puede que esté sobrio y no deje pasar la oportunidad de decirte de una buena vez quién es el verdadero.


Mi momento Kodak

Este es uno de mis momentos Kodak. Del otro lado del ojo de buey, un delfín traza en el aire un círculo perfecto. Y mira, como si esperara un efusivo aplauso por su ostentación de talento natural, por su bella parábola de la inercia. Sabe que lo estoy mirando, por eso repite su rutina un par de veces. En el último intento lanza un sonido agudo y yo lo interpreto casi como un gesto de amistad, un saludo que nos acerca. ¿Justicia poética?


Una cosa blanca

El niño entra corriendo, agitado, los ojos como satélites fuera de órbita. "Papá, estaba en la vereda y pasó una cosa blanca", dice a media lengua. El padre en lo primero que piensa es en un auto blanco o en el camión que recoge la basura, que también es blanco. Se lo dice a su hijo, pero el niño insiste: "No papá, te digo que era una cosa blanca". Sin entrar en discusiones, padre e hijo van hacia la vereda a constatar vaya a saber qué. A la noche, el hombre le cuenta a su mujer lo sucedido. Agitado repite: te juro mi amor era una cosa blanca. Lo que vimos pasar era una cosa blanca; no un auto, no un camión ni nada que vos o yo conozcamos. Una cosa blanca, así de simple.