Llevamos juntos 75 años. Miento, 76. Ultimamente me falla
un poco la memoria. A mi mujer, en cambio, su vista le hace trampas. Ve lo que
no debe ver. O ve otra cosa. A mí no me ve nada bien. En la caja negra de sus
ojos la silla o yo somos lo mismo. Me lo dice siempre: “Entre vos y la heladera
o el lavarropas no hay mucha diferencia”. Hay veces que me ofendo y otras en
que me enternece. Tampoco sirve, debo reconocer, que para guiarse me pregunte
porque yo ya no escucho nada, mucho menos el hilo de su voz. A esta altura lo
único que podemos hacer es tocarnos a manera de guía. Sólo las manos ven,
oyen, hablan por nosotros. Al menos cuando las mías o las de ella estén frías, sabremos
que las del otro serán las que deban marcar el 911 del final.