Wok

Le cocino como si hoy, enseguida, ya mismo, fuera a acabarse el mundo. Vilma, la de siempre, me mira hacer, logra que me crea el mejor, el encantador de vegetales, el esteta en su salsa. Cuando la mesa está lista y la música logra esa particular sinergia con su respiración, le clavo el primer cuchillo (gentileza de mi abuelo siciliano) y dejo que su sangre corra lentamente como un arroyito donde podrían jugar los niños del futuro. Su carne tibia es un manjar irrepetible, el punto g de los sibaritas. Lamento, eso sí, tener que brindar solo. Debería haberme creído cuando le dije que terminaría en mi boca.