Dulces sueños en un Skona

Aún sin saberlo, todos soñamos con dormir en uno de ellos. Especialmente en los rellenos con pelo de caballo. Créanme, una noche sobre un Skona es lo más parecido a una luna de miel bajo techo, a un largo día en un spa de Bombinhas. Tan lejos estamos de ellos, en precio digo, que sólo podemos mirarlos detrás de una vidriera pensando que alguna vez la dulce fortuna nos pondrá en las manos el número ganador y con él la posibilidad de entrar a comprar un Skona. Hasta que llegue esa oportunidad, invento nuevas excusas para probar sus diferentes modelos: el de resortes bicónicos de acero, el relleno de látex, el de tela termofusionada, el de cáscara de espelta, el de plumas de ganso; en fin, son tantos que ya se me complica encontrar coartadas creíbles para recostarme un rato en un Skona. Esto, sin ir más lejos, lo estoy soñando de espaldas sobre el último modelo que pusieron en exposición. Seré más preciso: es todo blanco y a medida que uno sueña, el sueño se va escribiendo a lo largo y a lo ancho. Al despertar, un extraño cuento ha quedado impreso en ese material indefinible. Ahora bien, nada es lo que parece: los clientes que llegan y se ponen a leer con inocultable curiosidad entran en un sopor que los lleva a buscar el primer Skona que encuentran para caer como álamos talados. Ese, precisamente ése, será el que compren para sus mejores pesadillas.