Lo que Aldo quería

Se ganó por cansancio. Tantas veces lo intentó, tantas trazó ese plan perfecto que fracasaba perfectamente, que merecía morirse como premio a su tesón, al insobornable compromiso con su idea fija. Ni siquiera importa si fue azar que el tren descarrilara antes o que las pastillas estuvieran vencidas. No, su constancia para buscar opciones que lo eyectaran de este mundo bien valían no sentirse solo en la patriada. Quienes fuimos amigos de Aldo no soportábamos verlo volver al bar cada vez con una explicación imposible para justificar una nueva frustración. Su cara era un cartel que decía “no puedo, nunca podré”. Cansados de que no logrará su objetivo, con Ramírez, Peralta, Domínguez y Guisasola nos pusimos de acuerdo. Dejamos que nos contara en qué consistiría su próximo intento y sin que él lo supiera, lo seguimos. Aprovechando una falla cardíaca detectada hacía unos meses, y su conocido temor por los muertos, se propuso ir solo al cementerio en plena noche. Se dijo, y nos dijo, que cualquier ruido que escuchara allí sería suficiente para matarlo del susto. La noche del sábado 3 de octubre partió en bicicleta hasta el cementerio del pueblo. Temblando, caminó por un pasillo con tumbas a ambos costados. A esa altura, nosotros ya nos habíamos escondido estratégicamente. Cuando Aldo llegó a la única lápida que tenía una vela encendida se paró en seco. La miró unos segundos que se nos hicieron eternos y cuando pensamos que se iba a caer duro de un infarto, empezó a cagarse tanto de risa que nos acercarnos corriendo. No había forma de hacerlo callar. Ilusos, creímos que si veía una lápida con su nombre y su foto iba a palmar en el acto. Pero no, el muy guacho lloraba de la risa y esta vez éramos nosotros los que nos queríamos matar. Al final, volvimos todos juntos al bar y nos quedamos tomando hasta el amanecer. Fue ahí, tipo seis de la mañana, justo al intentar abrir la puerta de su casa, cuando su madre creyéndolo un chorro le tiró una maceta desde el primer piso. Un rayo le habría hecho menos. Aunque no lo podíamos creer, en el fondo nos sentimos contentos porque era lo que Aldo quería. Y uno siempre quiere lo mejor para sus amigos.

Uno de esos casos

El médico rural le mira los ojos a la anciana anclada en su hamaca y luego al perro que la acompaña echado junto al fuego. Se diría que no hay diferencias entre la mirada de la mujer y la del animal. Los inunda una misma tristeza, una común telaraña de sombras. Uno de esos casos, piensa, que no se estudian en ningún manual. Por primera vez en treinta años de profesión siente que no tiene respuestas; no muy convencido, le pide que se quede tranquila, que mañana va a estar mejor. El perro, que ha entendido todo, lo acompaña hasta la puerta y por primera vez lo despide en silencio. En los ojos de la abuela la araña de la muerte le teje una última lágrima. Cuando caiga la noche, él tendrá algo dulce para roer.

Viró

La bicicleta quedó reducida a un ovillo metálico. Semejaba una flor oxidada y deforme crecida de mala gana en el gastado asfalto de Palmira. A la mujer -rolliza, rubia, cuarenta, cuarenta y cinco años- alrededor de su cabeza le asomaba un aura de sangre real. Los ojos bien abiertos en un expresión de paz y terror, si acaso tal combinación fuera posible. La ambulancia no demoró más de veinte minutos, pero la eternidad, se sabe, maneja otros tiempos. Cuando llegó, la sirena cesó de inmediato dando paso a una cumbia pegajosa que expulsaba una camioneta donde dos adolescentes tomaban cerveza del pico. Entre el enfermero y el médico la subieron a la camilla casi de un salto y en menos de cinco minutos su cuerpo aún tibio desembarcaba en el centro de salud. Allí, la mujer abrió los ojos y vio todo blanco: las paredes, el piso, el techo, las ventanas y especialmente a la doctora, quien movía los labios sin emitir sonido alguno. Al cerrar los ojos lo blanco viró al negro con la velocidad del golpe aquel. Del otro lado, milagro o designio, pudo ver con claridad quién manejaba el auto. Ya buscaría la forma de hacerlo saber.

Corpúsculos de Krause

Leo y marco con resaltador amarillo: “Los corpúsculos de Krause son los encargados de registrar la sensación de frío que se produce cuando entramos en contacto con un cuerpo o un espacio que está a menor temperatura que nuestro cuerpo. Se encuentran en el tejido submucoso de la boca, la nariz, ojos, genitales, etc. Llevan este nombre en honor de su descubridor, el anatomista alemán Wilhelm Krause”. Apunto en lápiz, al margen: "Y yo que pensaba que no había nombre para eso que sentía cuando estábamos tan lejos, uno dentro del otro".