Viró

La bicicleta quedó reducida a un ovillo metálico. Semejaba una flor oxidada y deforme crecida de mala gana en el gastado asfalto de Palmira. A la mujer -rolliza, rubia, cuarenta, cuarenta y cinco años- alrededor de su cabeza le asomaba un aura de sangre real. Los ojos bien abiertos en un expresión de paz y terror, si acaso tal combinación fuera posible. La ambulancia no demoró más de veinte minutos, pero la eternidad, se sabe, maneja otros tiempos. Cuando llegó, la sirena cesó de inmediato dando paso a una cumbia pegajosa que expulsaba una camioneta donde dos adolescentes tomaban cerveza del pico. Entre el enfermero y el médico la subieron a la camilla casi de un salto y en menos de cinco minutos su cuerpo aún tibio desembarcaba en el centro de salud. Allí, la mujer abrió los ojos y vio todo blanco: las paredes, el piso, el techo, las ventanas y especialmente a la doctora, quien movía los labios sin emitir sonido alguno. Al cerrar los ojos lo blanco viró al negro con la velocidad del golpe aquel. Del otro lado, milagro o designio, pudo ver con claridad quién manejaba el auto. Ya buscaría la forma de hacerlo saber.