Digresión

Balzac nunca lo hubiera imaginado. No digo morirse a los seis meses de casado, sino que un delivery lleve impunemente su nombre. Tampoco que La comedia humana no se lea con frenesí en micros, taxis y guardias de hospital. Hoy, al pobre Honoré se lo lee tan poco como a los poetas de provincia y a los ensayos sobre el adn de las luciérnagas. Balzac, en todo caso, es un buen nombre para una banda electrónica o una librería o una delicatessen para sibaritas ilustrados. Mal que les pese a políticos y cantantes de narcocorridos, Balzac es perenne como una estatua en el desierto de Atacama o el anillo de un cadáver. Balzac es ese amigo que se fue lejos pero te escribe y en cualquier momento, como Victor Hugo, vuelve para despedirse.