Idioma de los maniquíes

Con ojos ausentes el maniquí vigila a una mariposa que juega al equilibrio sobre sus hombros. Remeda la cadencia de un reloj de pared hasta caer mareada, como pájaro novato, al piso de parquet. Entrará un niño. Entrará descalzo. La pisará sin bajar la vista. Hay, imprevistamente, algo de morboso placer en sentir ese violento e imperceptible crujido bajo su pie. Nadie ve. Nadie escucha. Nadie habla. El niño ahora le canta a su víctima la canción del espantapájaros. La canta en un idioma extraño, imposible de traducir. Es, según contará el niño cuando ya no sea el niño, el idioma en el que se comunican los maniquíes. Ellos nacen con una caja negra allí donde se intuye el corazón. Queda así registrada cada mirada que abduce la vidriera. En la vereda o bajo tierra, quienes no supieron ver a esa mariposa sobre sus hombros igualmente tendrán su castigo. Hasta el fin de sus días oírán cantar al maniquí con la voz del niño asesino: el espantapájaros que fuimos delante del vidrio.