La espera

El peugeot 504 blanco está estacionado al costado del Acceso Este, a unos 200 metros del puente. Parece un remís; es un remís, porque ahora que lo veo bien tiene un número en la puerta. Al volante está un hombre de contextura pequeña. Usa barba y unos lentes que parecen de otra cara, por lo grandes. Hace tres días que lo veo a la misma hora y en el mismo lugar, en aparente actitud de espera. ¿Esperará a una mujer? ¿A un pasajero? ¿Será un dealer o un agente encubierto? Al cuarto día, se decide, saca el arma de la guantera. Dispara una 9 milímetros prestada, en el mismo instante en que una retroexcavadora que trabaja en la calle lateral enciende su estridente motor. No hay ruido; mejor dicho un ruido tapa a otro; igualmente, los pájaros huyen asustados. La espera ha terminado, ¿pero qué hace esa mujer corriendo hacia el auto? ¿Por qué justo ahora lo llaman desde la base para un viaje en Colón y Patricias? ¿Y qué hace allí, justo allí, el policía que le prestó el revólver?


Y llovía, llovía

Lo bueno de soñar es que no hace falta que te crean. Por eso puedo contarles, no importa si ocurrió o no, que hace unos días salí a correr por una de las laterales del Acceso Este y me crucé con el mismísimo Leonardo Favio. Venía trotando lentamente, con su infaltable pañuelo en la cabeza y un equipo Adidas rojo furioso. Se acercó hacia donde yo estaba haciendo elongaciones, me miró de costado y sin saludarme me preguntó si tenía agua. Le dije que no y él, sin cambiar el tono, me lanzó: no te va a hacer falta, pibe, y se fue corriendo en cámara lenta. A los 20 metros, lo escucho que empieza a cantar. Ni bien alcanzo a oír esa parte que dice "y llovía, llovía", se largó un chaparrón de verano que ni les cuento. Tuve que resguardarme debajo de un eucaliptus, esperando que parara o que, en caso de tratarse de un sueño, poder despertar en mi cama. Pasó lo que tenía que pasar, desperté tan resfríado que hoy lo último que haría sería ir a correr. Cambio de planes. En el cine pasan una de Favio.