Sarkozy

No sé cómo terminamos hablando de Sarkozy. Creo que fui yo el que dijo algo de que tenía ganas de viajar y puesto a soñar gratis mencioné al voleo París, Lisboa, Praga y alguna ciudad más. Germán, un ex compañero de la secundaria con el compartía un café después de, fácil, unos quince años, me interrumpe y me dice “¿te enteraste que murió madame Arlén, nuestra vieja profesora de francés?”. “No, ni idea”, dije como para contestarle rápido y seguir con mi hipotético periplo. Justo llega Ana María que llevaba a su hija al dentista. Se para a saludar a las apuradas pero antes de irse me reclama el libro de Baudelaire que me prestó hace mil años. Cuando intento retomar el hilo, digo “porque en Francia…” y ahí, ahora me acuerdo perfectamente, el Gordo (o sea Germán) me salta: “Ni en pedo, con Sarkozy está todo mal. No te lo aconsejo”, como si hubiera vuelto de allá hace unos días y estuviera al tanto de los problemas de los galos. (Aclaro: el Gordo, como mucho, cruzó una vez a Chile). Y después la remata con su mejor cara de politólogo: “Si no fuera por la Carlita Bruni, al Sarkozy ese ya lo habrían bajado de un hondazo”. Sin esperar mi respuesta, Germán grita un impostado “Garçon, la cuenta por favor” y una vez más, como en los viejos tiempos, me deja pagando a mí. ¡Merde!