Retrato vintage

El sofá es atigrado y le hace juego con esa falda corta que no se saca ni para dormir. Sobre él, Tía E cruza las piernas y a mí, con cinco años apenas, se me corta el aliento y veo todo nublado. Manchas veo. Hace poco que dejó la noche pero todavía se le nota la calle en la voz, especialmente cuando me habla al oído. Ahora tengo quince y me estoy tocando, sentado en el tigre de su sofá. Allí se disimulan mis jugos del deseo, placenteros rastros que sólo yo y nadie más que yo podría reconocer. Cada tanto, de riguroso negro Tía E me espera para compartir una copa y un rato de charla. Debo reconocer que a sus sesenta sigue cruzando las piernas con el mismo arte con que la evocan mis manos. Tocarla sería como romper el vidrio antes del incendio. O quemarme así.