El último marinero

La puta de la rotonda, la morocha de raíces rubias y ese lunar sobre el labio que parece una vaquita de San Antonio, decidió acostarse con todos, menos conmigo. Un día, una noche en realidad, la enfrento y le pregunto si es por una cuestión de plata o algo que desconozco. Bajando la vista, un tanto incómoda, finalmente lo reconoce. No es la plata. Te tengo miedo”, me confiesa sin mirarme a los ojos. Yo no sé si me está tomando el pelo, pero la escucho mirando con atención cómo sus manos juegan nerviosas con la cartera. “Una noche con vos me haría terminar en un poema o en un cuento y eso es lo último que quisiera”, dice y enciende un cigarrillo como si así pudiera cambiar de tema. Yo le digo que tiene razón. Me voy y antes de que pueda ofrecerme resistencia, la beso como si fuera el último marinero.