El jardín amaneció distinto, pero no logra detectar por qué. El pasto
luce igual de descuidado que ayer, el limonero avanza moroso contra la pared,
los cactus más solitarios que nunca. Tras un largo rato de observación cree
saber qué está pasando. Los enanos de yeso están, aunque parezca una locura, un
poco más altos. Va hacia su caja de herramientas, busca el metro y los mide.
Son tres. En un papel anota: 23
cm. Al otro día, repite el método. Ya son 25 cm. Así, durante semanas,
meses. Cuando los tres enanos alcanzan el metro y medio toma una decisión que
ni siquiera consultará con su esposa: por la noche, los cargará en su Amarok y
los llevará a un bosque cercano a su casa. No duda de que allí estarán mejor,
se sentirán de vuelta en su hogar. Sin embargo, esa misma noche los tres están
golpeando la puerta con cara de pocos amigos. Ya están por el metro ochenta y
no es tan valiente como para negarles el paso. A partir de ese día, ellos
duermen adentro y él y su mujer afuera. Cada vez más pequeños, casi enanos de
jardín.