Como todos, cedo a la curiosidad cuando hay más de cuatro personas mirando hacia el piso, rodeando a alguien caído. Más por morbo que por colaborar, siempre me acerco a ver qué onda. Cada vez somos más en torno de esta pobre mujer que no debe tener más de 30 años. Todos opinamos, damos un parte médico basado en la mera intuición. A ojo de buen cubero, diagnosticamos lipotimia, baja presión, embarazo, hay quien arriesga bulimia y otro que disiente e infiere anorexia. Hasta que un pibe que se asoma sobre mi hombro comenta como si nada: “¡Tiene la cara azul como la vaca de Milka!”.
En esa fracción de segundo en que uno no sabe si está hablando en serio
o largando un chiste de mal gusto, la chica desmayada empieza a reírse; parece
estar saliendo de un sueño divertido. Sorprendidos, aplaudimos como si ella
fuera una artista callejera. Ya vuelta en sí, alguien le pregunta cómo está y
ella sólo atina a mirar al pibe que hizo el extraño comentario. “Qué hijo de
puta, cómo me vas a comparar con la vaca de Milka”, y vuelve a reír.
Los médicos del servicio de emergencia no entienden de qué está
hablando, pero le dicen no fue nada, quédese tranquila, una simple
descompensación. Los demás volvemos a lo que interrumpimos. Mañana será un
choque o un suicida. De algo tenemos que hablar cuando lleguemos al café. Después
de todo, a los únicos a los que mata la curiosidad es a los gatos.