Bendita química
En el correo de lectores de The Guardian una mujer escribe que ya no sabe qué hacer con ese vecino loco que a toda hora lee la Biblia a los gritos y con la ventana abierta. Ella, devota con asistencia perfecta a misas de domingo, ha tomado una determinación de la que, cree, se va a arrepentir pero el Señor sabrá entenderla y por qué no, perdonarla. Irá al departamento del vecino desquiciado, le tocará el timbre, le pedirá que le convide una tacita de azúcar y, cuando se distraiga, le vaciará agua bendita en su vaso de whisky. Al otro día, de regreso de confesarse con el padre Peter, su vecino nuevamente está leyendo a viva voz pero ya no se trata de los textos bíblicos sino de los más encendidos relatos del Marqués de Sade. Extraña reacción química, piensa la desconcertada feligresa mientras apura el paso para llegar a su casa y tomarse su tranquilizante fernet con mirra. Sobre la mesa, el diario le trae la noticia de que otro cura pedófilo está tras las rejas. Gracias a Dios, siempre habrá una buena excusa para beber.