Teatro aéreo
Pasó buena parte de su vida buscando una vocación, la señal de que algún sentido debía tener llegar, pasar, partir. La encontró en el lugar menos indicado: un baño. Sentada, algo borracha y con un cigarrillo colgándole como un collar prestado, leyó un teléfono en la pared, medio perdido entre cientos de graffitis escatológicos y crípticas declaraciones de amor. (Repasemos: ella en el baño, el baño en una sala de teatro under y el teatro en una calle a la vuelta de su casa). Grabó en su celular el número leído y al otro día, ya con la lucidez recuperada, se decidió a llamar impulsada más por curiosidad que por la intuición de encontrar al fin la sortija esquiva. Después de las presentaciones de rigor, alguien la invitó “sin compromiso” a ver un ensayo y, si le gustaba, sumarse en la próxima. Bastó ver una pareja simulando volar abrazados para saber que eso, a lo que aún no sabía darle un nombre, era lo suyo. Lo del vértigo, en todo caso, sería un tema a resolver en otro momento. Mientras tanto, se apuró a dejar sus datos y volvió a la calle con un entusiasmo desconocido. Se diría que flotaba.