No hay derecho
A los niños zurdos siempre nos miraban raro. Éramos una especie de freaks a los que había que mantener a prudencial distancia, no fuera que eso, manejar con gracia la siniestra, fuera contagioso como el sarampión o el peronismo. Pero bien que les gustaba vernos tocar la guitarra al revés, pegarle con gracia a la pelotita de ping pong o patear como el Diego y hacer los goles más grosos en el campito. Si integrar el equipo de la izquierda ya era todo un tema desde chicos, imagínense lo que fue de grandes jugar en la liga mayor. A esa altura del partido ya ni siquiera nos miraban raro; directamente nos expulsaban antes de entrar a la cancha.