Los pies en la caja
Algo no encajaba en su vida; era como poner los pies en una caja de zapatos y querer caminar. Elsa, la de los pies en la caja, no sabía por qué desde hacía un tiempo las manos no le respondían. Por ejemplo, cuando quería escribir una carta, terminaba planchando una camisa o rompiendo un plato, o al intentar cebarse un mate lo que lograba era pintarse las uñas mejor que nunca. Ella creía que alguien había pinchado su foto y cuando especulaba acerca de quién podría querer hacerle tanto daño, también fracasaba: lo único que conseguía la pobre Elsa era dibujar una y otra vez una piedra cayendo, una mujer rodando, un hospital sin techo y unos ojos que la miraban y la miraban y la miraban hasta cerrárseles como un libro de magia negra.