Para Zelmar las tardes de jueves son tardes de ajedrez. Una elección que, aunque no lo reconozca, se ve favorecida por su insobornable fobia social. Es simple: juega solo, gana o pierde solo y solo decide cuándo terminar una partida. Jamás aceptaría someterse a la tiranía de una mujer que avisa desde la cama que sus pies ya están fríos. Tantos años desdoblándose para vencer o evitar ser vencido, intentando a su vez aplicar con mayor o menor éxito los consejos de Sun Tzu, lo han llevado silenciosamente a un final inevitable. Tras un encarnizado duelo consigo mismo, esta tarde se ha prometido que no habrá capitulación posible: quien pierda deberá morir. No le tiembla el pulso saber que sea cual fuere el resultado encarnará a su propio verdugo. Como en sus sueños, el rey será depuesto a manos de una reina bipolar.