Sin solución de continuidad
“El amor es astringente”. Fue lo primero que se le ocurrió y lo último que le dijo antes de dejarla perpleja en medio de la estación. Ella no lloró ni le contestó. Sólo pensó en tirarse a las vías y ni siquiera eso le salió bien. Un ciego que buscaba su lazarillo la atropelló haciéndola caer donde ella hubiera querido caer. El tren aportó el resto. Todos, incluido el novio -o técnicamente el ex- alcanzaron a ver el trágico cuadro. El ciego, que frenó su marcha a escasos metros, escuchó el accidente sin asimilar su rol protagónico. Las miradas de los testigos se cruzaron y en ellas se podía leer: no le digamos que él es el culpable. Quien sí intuyó la gravedad del asunto fue su perro; el hasta entonces fugado apareció de improviso y en segundos lo sacó de allí. Como si nada, el ciego continuó con su trabajo: sacó la armónica, colocó su sombrero en el piso y tocó más inspirado que nunca esa melodía irlandesa inspirada en la historia de una mujer despechada que muere bajo las ruedas de un tren. Los aplausos y unas cuantas monedas le dibujaron una sonrisa más cínica que de costumbre. Años pasarán para que olvide su perfume; ese irrespirable aroma a limón que anida en su conciencia como una música insoportable.