El reino
Camina hablando solo. Dice: “Los insectos son monoteístas”. La vecina de enfrente lo mira desconfiada. El cobrador del seguro lo esquiva por si acaso. Su madre la llama por su nombre y es su padre quien le avisa que la mesa está servida. El no escucha; sigue caminando y hablando. Solo. Únicamente se detiene en el jardín de al lado a dejar una pastilla blanca sobre el minúsculo agujero de un hormiguero. Al rato, irrumpe una larguísima hilera de hormigas cargando cientos de fragmentos de una hoja de mora. En cuclillas, él les habla con tono monocorde, casi marcial: “De ustedes será el reino y ese día yo voy a estar codo a codo con ustedes”. Un rubio que pasa en bicicleta lo escucha y se detiene a increparlo. El no entiende nada; apenas atina a defenderse de los golpes que el otro le propina con un libro grueso, de tapas negras. En medio del forcejeo, una hormiga roja grita furiosa y los dos se quedan petrificados, mirándola fijo. “Ustedes no entendieron nada, carajo”, les dice y ofendida vuelve al centro de la tierra. Avergonzados, cada uno se va por su lado. El rubio parte en su bicicleta, rezando para adentro. El que habla solo, se aleja con la boca cerrada, llena de preguntas. La comida ya se ha enfriado.