Rita, la de Prokofiev

Un disco, cualquier disco, se puede romper. Está dentro de las posibilidades; por qué tendría que sorprender. ¿Pero justo tenía que ser “El amor por tres naranjas”, su ópera favorita, la de su venerado Prokofiev? Es cierto que no fue a propósito, que la siempre cuidadosa Rita estaba limpiando como todos los jueves y que por intentar colocarlo en su lugar se le resbaló de las manos. Le podría haber pasado a cualquiera. El, sin embargo, no tiene consuelo. Quiere gritarle, quiere insultarla, quiere echarla previo colgarse de su cuello hasta verla sangrar por la nariz pidiéndole perdón. Rita, por su parte, llora sin consuelo; no puede disimular que es consciente del error que cometió. Le dice a su patrón que no le pague el día, que va a ver si se lo consigue en una disquería del centro. Ya un poco más tranquilo, él le pide que se calme. “Ya encontrarás la forma de solucionarlo. Mientras tanto, abrime la ducha y desvestite. Voy enseguida”. Eso fue lo último que Rita le escuchó decir antes de partirle la cabeza con un florero. Quien la escucha ahora drenar de a poco su angustia es el temible comisario Persia. Algo tiene ella a su favor: de los rusos, a Persia lo conmueve mucho más Stravinski.